Si tu hijo no quiere dormir, puede que amigos y familiares bienintencionados te aconsejen que no le hagas caso, que ya se dormirá. ¡No les hagas caso a ellos! Aquí te explicamos lo que no tienes que hacer.
Un niño que llora todas las noches porque no quiere dormir, o que se despierta una y otra vez angustiado en mitad de la noche, puede desesperar al padre más paciente. Si le unes el agotamiento del viaje y el estrés del ajuste inicial, la situación puede llevar tus nervios al límite.
Dormir es, tanto para ti como para tu hijo, una necesidad tan vital como comer o beber. Tendemos a pensar en el sueño sirve básicamente para que el cuerpo descanse. Sin embargo, durante las horas de sueño suceden muchas más cosas: desde el crecimiento físico (un 80% de la hormona de crecimiento se segrega durante el sueño) al crecimiento mental (en el que el cerebro procesa e integra lo ocurrido durante el día).
Está claro que encontrar la forma de que ambos descanséis todo lo necesario es esencial. Puede que haya quien te aconseje dejarle llorar hasta que se canse o aplicar el método Estivill. Para un niño que está aún apegándose y aprendiendo a confiar en sus nuevos padres, ambas opciones están totalmente contraindicadas.
Tu hijo necesita entender que ahora te tiene a ti como madre o padre, que ya no tiene nada que temer porque siempre estarás de su lado para responder a sus necesidades. Salir de la habitación y dejarle a solas con su angustia y sus miedos transmite precisamente el mensaje contrario. Aún cuando vuelvas al cabo de diez minutos, durante ese tiempo calará en él la idea de que, como otros adultos de su pasado, apareces y desapareces aunque él te necesite.
Recuerda que tu hijo no llora y patalea por fastidiarte, sino porque se siente angustiado y no sabe cómo calmarse. Ayudarle a conseguirlo te proporciona la oportunidad de demostrarle una vez más que estás ahí para cuidar de él y que nunca le vas a fallar.