Dejemos que nuestro chiquitín decida si quiere o no chupete. No se sabe si es real o no aquella anécdota del pediatra, sin hijos, que odiaba los chupetes y los desaconsejaba en su consulta. Cuando le tocó ser padre, resultó que, por esas cosas del azar, a su hijo le fascinaba este artilugio y, si se lo negaban, lloraba desconsoladamente, para callarse al introducirlo suavemente en su boquita. A partir de entonces, obviamente, el pediatra cambió de opinión.
Se trata de una elección muy personal de los padres e incluso del propio bebé.
Si desde un principio los padres deciden criar al bebé sin chupete, es posible que nunca lo eche de menos. Pero a menudo, tras este planteamiento inicial, los padres se dan cuenta de que el chupete puede ayudar a calmar mucho el llanto del pequeñín. Es conveniente sacárselo de la boquita cuando esté dormido.
Debemos hervirlo o esterilizarlo al menos una vez al día durante dos o tres minutos. Nunca hay que rebozarlo con azúcar, miel, leche condensada ni ninguna otra sustancia. Tampoco debemos colocárselo en torno al cuello ni prendérselo en la ropita con imperdibles. Lo más adecuado, si nos inclinamos por esta opción, es comprar un par de chupetes (para repuesto) en farmacias y tiendas o departamentos comerciales especializados.